La Abadía Perdida

“No imaginé nunca encontrarme con una historia escalofriante”.

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  A causa de ciertos trámites relacionados con la documentación italiana, regresé al pueblo del nonno Giovanni y de varios de mis tíos y primos. Volvía al pueblo donde había vivido parte de mi niñez y que, sin lugar a dudas, me había marcado para el resto de mi vida. Llevo en mi sangre tanto raíces del sur como del norte y amo a Italia de extremo a extremo, no existen para mí diferencias de ningún tipo, el sentimiento por esa tierra, no distingue regiones, tan sólo la abrazo como una sola nación y me hace feliz que así sea.

  Vanzone con San Carlo es un pueblo apartado de las rutas turísticas convencionales, puesto que el camino que conduce hacia allí termina en los Alpes al pie del monte Rosa, más allá de la gran roca se encuentra Suiza y la única forma de cruzar esa frontera es desafiando la montaña a pie.

  Una vez terminadas las gestiones en la oficina del comune, y recorrido los senderos del recuerdo, emprendí el largo viaje hacia Roma, donde debía comenzar a trabajar. La ruta elegida había sido en dirección a Alessandria, luego Génova y desde allí bajaría por la costa.

  Había dejado atrás la ribera del lago Maggiore y, tras pasar cerca de Vercelli, un cartel en la autostrada llamó mi atención: “Principato di Lucedio”. Conocía estados independientes  dentro del territorio italiano, como el Vaticano o San Marino, pero no tenía idea sobre la existencia de un principado en la actualidad, por lo que decidí desviarme e investigar, además, no estaba tan lejos, apenas unos 20 kilómetros.

No imaginé nunca encontrarme con una historia tan escalofriante.

LUCEDIO-VANZONE
LUCEDIO-ABADIA-CARTEL

  Aquel camino interno era bastante angosto, apenas con espacio suficiente para la doble vía pero la cinta asfáltica era buena. El paisaje había cambiado considerablemente, ya no había rastros de la cordillera alpina, aquello era una vasta y monótona llanura, salpicada por pantanos y arrozales, con apenas algunas casas de campo muy distanciadas unas de otras. Por un momento pensé que había errado la estrada y una pequeña estación de servicio, salvó aquellas dudas. Cargué combustible y le pregunté al hombre si faltaba mucho para llegar al principato di Lucedio, el sujeto me observó intrigado.

–  ¿Lucedio? ¿La abbazia di Lucedio?.

  No sabía qué responder, volví a insistir con el tema del principado pero él me dijo, en tono muy seco, que lo que yo estaba buscando era esa abadía y que quedaba a la izquierda del cruce, en la entrada a Darelo. Antes de irme, me dio una recomendación: – No vaya a ese lugar. Está maldito. –

UCEDIO-ABADIA-PAISAJE

  Pese a la advertencia decidí continuar y doblé en el desvío que me había indicado. Allí el camino dejó de ser de doble mano para convertirse en una desolada serpiente gris rodeada de sembradíos. Habré hecho unos tres kilómetros y, a mano derecha, vi una construcción muy antigua con un cartel que decía: “Principato di Lucedio”. Un poco decepcionado bajé y me dirigí hasta el arco que daba acceso a la abadía, parecía no haber nadie pero, desde un costado de los muros, apareció un anciano que se sorprendió al verme. Aquel sujeto fue gentil y me comentó que el complejo podía visitarse con reserva y aviso previo.

  Le di las gracias y regresé al auto, antes de partir, me preguntó: – ¿Usted conoce la historia de la abadía?. Le dije que no, que mi curiosidad se debió al imaginar que se trataría de un sitio muy diferente, como si fuese un pueblo, una ciudad autónoma. Se sonrió y me dijo. – Si tiene tiempo… puedo contarle la historia.-

Lucedio. Monja con Rosario
Lucedio. Corrupcion y Satanismo
Lucedio. Lucifer imagen

  En 1123 se fundó la abadía de Lucedio en un terreno pantanoso cedido a los monjes cistercienses por el marques Rainero dei Monferrato para el cultivo del arroz y, a decir verdad, les fue muy bien con la producción, tanto es así que, con el correr de los años, la hacienda agrícola creció, ganando gran prestigio y beneficios económicos. Allá por el 1.600, un grupo de jóvenes brujas de Darola invocaron una noche en el cementerio al mismísimo Lucifer, quien se materializó sometiendo a todas ellas, incluso a las novicias del convento de Trino Vercellese, ubicado no muy lejos de aquí. La peste se extendió hasta esta abadía y las novicias impuras vinieron a visitar a los monjes, ¡imagínese lo que sucedió!. Un siglo de perdición, de pecado, corrupción, torturas y satanismo que duró hasta su cierre por orden del Papa Pio IX. Se dice también que él había sido víctima y testigo de la presencia demoníaca, la cual creó un gran caos en Lucedio.

  Finalmente el demonio, a costa de sangre y muerte, fue capturado y encerrado en una cripta secreta debajo de la iglesia de Santa María. La cripta fue también donde fueron enterrados los abades, varios de ellos fueron sepultados en una posición circular, se dice que lo hicieron para asegurar que mantengan un ojo abierto sobre su peligroso prisionero, oculto justo en el centro de los monjes guardianes. Hay algo más, todos los abades, sin excepción, quedaron momificados de manera natural.

  Quedé impresionado con aquella leyenda, mucho más cuando me contó sobre unas extrañas notas musicales que sirvieron como trampa para el demonio y que si algún día lograban descifrarlas y ejecutarlas al inverso, la bestia podría liberarse.

  Comenzaba a oscurecer, una enrarecida neblina comenzó a envolver la base del campanario, era tiempo de partir, debía continuar con el viaje. El anciano me saludó desde lejos para luego desaparecer entre los muros.

  Nunca más regresé a Lucedio.

Alejandro Maruzzi