Alejando Maruzzi, enviado especial ItM.
Recorre ahora Italia y nos cuenta la realidad del día a día en pleno rebrote de la Pandemia.
Llegada a Milán e incidente fortuito.
Había tenido la gracia de compartir una cena memorable, muy emotiva, junto a mi buen amigo Juan quien, al terminar las últimas copas de grappa veneta, tuvo la gentileza de acercarme hasta la zona de la Stazione Centrale de Milano, donde estaba ubicado el hotel. Caminé apenas unos veinte metros en plena noche de un sábado abrasador y agitado, escuchaba una música constante, monótona, reincidente y electrónica que venía desde no muy lejos. Autos de altísima gama estacionados en doble y triple fila, bullicio y gente bebiendo sobre la vereda.
Una Ferrari roja inmaculada frenó detrás de un Mercedes descapotado, de la puerta del acompañante, bajó una pelirroja de corta melena muy delgada vestida con un conjunto negro brillante, lustroso como un zapato de charol. Mientras observaba la escena, sobre la encrucijada de calles que confluían en una plazoleta octogonal, muy cerca de mí, otra mujer joven de tacos altos, tropezaba a causa de un desnivel inoportuno, cayó de rodillas y a punto estuvo de pegarse con la barbilla contra el piso, la sostuve con lo justo pero quedó igualmente bastante despatarrada. La ayudé a reincorporarse y enseguida vinieron dos patovicas bien fornidos a ver qué pasaba, pensaron que le estaba haciendo algo malo y a punto estuvieron de romperme la cara a trompadas pero la joven se interpuso entre ellos y yo.
¡No te metas Gianni! si no fuera por este señor te aseguro que ya tendría rota mi mandíbula. Y dirigiéndose a mí: -Disculpe a estos dos brutos, acostumbran a degollar y después preguntar. Le estoy muy agradecida.
La cosa no dio para más, entre murmullos, los dos osos me ofrecieron sus disculpas y volvieron a sus puestos, la chica se perdió entre los personajes que pululaban por esa particular guarida lujuriosa donde se destacaba un cartel que indicaba que allí no se expendían cervezas, aperitivos ni whiskys, sólo ofrecían los mejores gins y champagnes del mundo. Volví a acomodar la mochila contra mi espalda y antes de retomar los pasos hacia el hotel, advertí que el smartphone de la muchacha había quedado tirado entre las sombras junto al cordón, lo levanté y fui hasta la puerta del lugar para alcanzárselo.
Había mesas altas en la calle, también un barman con bebidas en la puerta preparando tragos y una fila de unas diez personas esperando su turno para poder ingresar, obviamente hombres y mujeres vestidos muy a la última moda, algunos, según mi parecer arcaico, de manera un tanto estrafalaria. Uno de los patovicas me encaró de frente como diciendo… – ¿Otra vez vos?-
Le dije que había encontrado el celular de la chica, simplemente quería dárselo. Me dijo que se lo entregara y que él se lo daría, en verdad ya me daba igual, aquello era para un público muy exclusivo y local, algo que, precisamente, yo no era, le entregué el teléfono, encendí un puro a un costado y me quedé unos instantes mirando aquella extraña jauría. Dos minutos después, la joven salió a la calle pero esta vez acompañada por un sujeto visiblemente mayor que ella, regresó para agradecerme y el hombre, un calvo con barba tipo candado, me estrechó la mano, invitándome a tomar una copa de champagne con ellos, podía imaginar cualquier cosa, dudar de aquel acto de gratitud, de generosidad, pero me dejé llevar, una copa me vendría bien, además, aquel hombre era el padre de la joven y el dueño del lugar.
Por pura casualidad o por esas extrañas circunstancias del destino, me encontraba sentado sobre un sillón dorado tapizado en piel de leopardo, frente a una mesa de cristal de Murano, la copa brillante rebosante de un spumante italiano y dos anfitriones inesperados, uno de ellos de billetera robusta, la otra, una joven de desbordante belleza.
-Le estoy más que agradecido por haber ayudado a mi hija y mucho más por haber recuperado su teléfono. Usted no se imagina lo que podría llegar a tener esta niña en ese aparato infernal. ¿Se encuentra en Milano por turismo, trabajo?- preguntó.
-Por ambas cosas, siempre es bueno recorrer y aprender pero en verdad estoy tratando de ver qué posibilidades de trabajo hay en Italia en lo mío que es el turismo, los eventos, los congresos.-
-Complicadísima la situación para los que están en ese rubro.- disparó arqueando las cejas.
-Bueno…para lugares como éste también, supongo.-
-En absoluto, yo he ganado más con la pandemia que en tiempos normales. Vivo mejor, hago buenas inversiones y…tengo las mejores mujeres. Jajaja!!!- (se rió efusivamente)
Entre trago y trago, la conversación fue ampliando el panorama y la perspectiva sobre la personalidad de aquel individuo, especialmente su afán por resaltar el poderío económico, la situación de macho alfa y cosificación constante de la mujer dentro de ese mundo tan extravagante.
.-Aquí suelen parar grandes emperadores y tribunos, dejan sus autos donde quieren, vienen con sus mujeres pero saben que yo sólo permito estacionar frente a mi local a algunos, no puede ser menos que un Audi o una Ferrari. ¿Ve aquel Lamborghini azul chispeante? Es mi auto de verano, es el mejor. ¿Le gusta?-
-Me encanta al igual que la Ferrari- dejando en claro mi preferencia por las máquinas de Maranello.
-Tiene buen gusto amigo mío. ¿Más champagne?-
-No gracias, debo irme, mañana salgo temprano hacia Roma y con esto de las restricciones y los trámites…-
-Una copa más, no le hará daño. ¿Pero…de qué restricciones me habla? Aquí todo está bajo control. Todas mis mujeres están controladas y descontroladas (se ríe nuevamente en forma socarrona) En verdad, antes de llevarlas a la cama, les mando hacer el test. Una semana con una… la siguiente con otra… pero siempre verificadas. Antes era el HIV ahora el Covid, hay que adaptarse. ¿Ve aquella rubia platinada sentada sola en la barra? La tengo desde hace tres días y ya me estoy cansando de ella, es demasiado demandante.-
-Muy atractiva.- respondí.
-Como mi Lamborghini, todo se negocia, todo es dinero, hasta la salud. Casi todo lo que existe es comprable, los políticos, los jueces, los inspectores, así es la vida y la gente lo sabe, pero son muy hipócritas para confesarlo. Y le agrego…la casta política, junto a los laboratorios asociados, son los que se están llenado los bolsillos con todo éste descalabro. Machiavello es un simple aprendiz al lado de ellos. Cuanto más limites aplique el gobierno, mejores posibilidades financieras tendré, a mejor precio podré comprar las propiedades de los pobres desahuciados, de los desesperados, gente que se ha quedado sin trabajo y con deudas.-
Bebí rápidamente lo que restaba de spumante y salí lo antes posible de ese lugar, sentía una opresión en el pecho y algunas nauseas, no sé si fue el alcohol, el calor, por la charla con aquel hombre o por ver que existe otra historia, otra realidad. No me atreví a sacar una fotografía, aquellos rostros debían permanecer en el anonimato. En la mañana siguiente, apenas un disimulado resplandor de la cámara retrató el frente del lugar cuando tan sólo quedaban mansas palomas buscando algo de comer.
Alejandro Maruzzi
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